Lo siguiente es una serie de pensamientos que no han dejado mi cabeza últimamente, supongo que es normal al cumplir 25, empiezas a cuestionarte hacia dónde vas, te das cuenta que tus decisiones tienen un impacto real en tu vida y como Will Smith en esa película, estás en búsqueda de tu felicidad, sea lo que eso signifique, y alcanzar esto significaría que te has convertido en una persona exitosa, ¿o no?
¿Qué es el éxito?
Está asociado a diferentes interpretaciones personales, por lo tanto, una persona exitosa en los ojos de alguien puede ser un total fracasado en los ojos de otra.
¿Tiene un precio?
Una percepción común, es que las malas personas tienden a ser exitosas: dinero, amor, amistades. Una mala persona podría considerarse como alguien con una brújula moral distorsionada, y contraria a lo que como sociedad consideramos aceptable y promovemos. Al intentar visualizar un individuo con estas características pensamos en alguien egoísta, narcisista, que prioriza sus intereses por encima de los demás, la personificación de la palabra “El fin justifica los medios”, el fin siendo el éxito según la percepción de ésta persona, y los medios no se limitarían a lo que consideramos moral.
No existen los santos, y a pesar de que todos tenemos una idea general del bien y el mal, un consenso común al que hemos llegado colectivamente por diferentes caminos (religión, cultura familiar, cultura de una región, entre otros), en algún momento hemos actuado en formas que en mayor o menos medida son contrarias a lo que consideramos como bien. ¿Todos somos malas personas? Si hacemos esta pregunta, cualquiera nos respondería “No” y ciertamente, algunos somos peores que otros.
¿Y las buenas personas?
Al preguntarnos por las buenas personas, que además de ser buenas son exitosas, podríamos pensar en filántropos reconocidos, que gracias a su éxito financiero o político, han hecho grandes contribuciones para la sociedad, o en menor escala a grupos de personas en necesidad, estas personas logran un impacto tangible en la vida de los demás. Quizás el ejemplo más reconocible sea Bill Gates, milmillonario por su éxito comercial con Microsoft, posteriormente filántropo con contribuciones reconocidas en la erradicación de la malaria y reducción de las muertes por malaria en países africanos. ¿Una persona exitosa? Podríamos decir que sí, aparte de éxito financiero y comercial, ha contribuido a la sociedad. ¿Una buena persona? Podríamos responder esto con otra pregunta, ¿por qué no? la verdad es díficil juzgar a una persona, podemos guiarnos por sus acciones, pero a menos que seamos omniscientes, nunca tendremos una imagen completa, solo podemos juzgar lo que podemos observar. Si lo vemos por sus acciones como hombre de negocios, la imagen es algo cuestionable, las prácticas monopolistas solo pueden ser conjuradas por una visión del “yo primero, los demás después”, siendo entonces una persona egoísta (malo), sin embargo, posteriormente procedió a hacer importantes contribuciones en la erradicación de la malaria, entre otras iniciativas de su fundación (bueno, con resultados reales).
Las contribuciones a causas importantes pueden no ser suficientes para sacar a una persona del lado equivocado del espectro moral, hay incontables casos de millonarios que doblan como importantes contribuyentes a fundaciones benéficas con pasados oscuros, y también presentes. No hay escasez de ejemplos.
El éxito es una visión personal, que podemos proyectar en otras personas y medirlas contra nuestra visión de lo que una persona exitosa es, a la vez implícitamente estamos haciendo múltiples comparaciones: ¿Me parezco a esta persona? ¿Es una buena o mala persona? ¿Puedo ser más como ellos?. Profundamente influenciado por nuestra construcción personal del mundo, en el marco de los valores personales que tenemos. El sentimiento de estar perdido en este viaje hacia el éxito (porque se supone que hacía allá deberíamos ir todos, ¿no?), entiendo yo, surje de la falta de un marco moral (valores) sólido, si no hay medidor, ¿cómo podemos medirnos en comparación a los demás?