Un día decides que tú también puedes llevar una vida normal: sufrir constantemente resulta ser un desperdicio de salud y tiempo. A tu mente llega una visión: eres tú, unos, cinco, diez años en el futuro, probablemente en la misma ciudad, yendo a los mismos lugares, quizás de la mano de tu hija ahora, en tu mente estás ajustando el presupuesto del mes para que el helado que acabas de pedir no los lleve a la bancarrota. Y sin embargo, estás contento de llevar esa responsabilidad, después de todo ha sido la vida que elegiste, nadie la eligió por ti.
De vuelta al presente, tu descanso de almuerzo está a punto de terminar, no puedes evitar notar que esa visión que tuviste del futuro, contrario a como normalmente suelen sentirse esas visiones, no vino acompañada del terrible miedo que normalmente le sigue, no parecía una visión distante de un universo completamente ajeno a este, eras tú, unos años más adelante, no una versión alternativa, el tú original. ¿Será posible que acabas de descubrir la esperanza?
Hasta ese momento, pensar en una vida así era como imaginar a alguien que murió en vida, condenado a vivir fingiendo ser algo que no podría ser ni en mil vidas. ¿Es felicidad? no necesariamente, es más una serena melancolía, es la carga que has escogido en tu marcha a través del tiempo.
Hace poco leí La insoportable levedad del ser , y desde entonces no he dejado de pensar en qué tipo de persona soy, o me gustaría ser, parece fácil pensar en las personas y sus vidas en términos de levedad y pesadez. Sin embargo, lo que para alguien es una persona estable y sólida como una roca, para otros podría ser tan efímero y distante como cualquier nube en el cielo. Intentar que alguien sea de una u otra forma con nosotros es una tarea tanto inútil como irresistible.